Cuando hablamos de sistemas de gestión y de las ventajas que nos suministran como organización, pensamos en nuestra imagen ante clientes ( tanto reales como potenciales ), nuestro posicionamiento como empresa ante la competencia, el acceso a procesos de selección exclusivos ( pliegos, concursos… ). Más allá, encontramos otras motivaciones de carácter menos institucional o comercial, pero no menos importantes, las que nos harán crecer y ser más operativos y eficientes como organización.
Entre los anteriores beneficios se encuentran el cumplimiento legal, la mejora continua, el control documental, la definición de nuestros procesos y la medición de los mismos y, por último, el seguimiento de nuestros objetivos en cada parcela ( calidad, medio ambiente, seguridad y salud en el trabajo, por citar tres áreas esenciales ).
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Todo ello, es concebido como positivo, como no puede ser de otra manera. El problema puede surgir cuando la organización decide implantar más de un sistema de gestión y aparecen circunstancias como el exceso de gestión administrativa, el volumen documental, una mala utilización de los recursos por duplicidades o elevados costes en auditorías.
La integración elimina en parte o totalmente los aspectos anteriores desarrollando la sinergia necesaria para identificar valores, políticas y objetivos comunes a partir del mismo marco organizativo y estrategias globales.